Por
Luis Acosta Casanova.
Con cada película de
Kim Torres se repite una experiencia similar: La sensación de entrar en un mundo sencillo, en apariencia idéntico al que nos rodea en este momento, y en el cual, sin embargo, de alguna manera inexplicable, lo extraordinario se entrelaza con lo cotidiano para revelar que siempre ha habido magia, oculta a simple vista, esperando ser descubierta.
Kim ha dejado una huella importante en la escena cinematográfica de Costa Rica y del mundo,
ya sea que hablemos sobre cómo sus cortometrajes Atrapaluz y Luz Nocturna han sido aclamados en festivales tan prestigiosos como lo son Cannes y Locarno, es innegable que posee una profunda conexión con los lugares, temas y, sobre todo, las personas que inspiran sus películas. Como tantas grandiosas guionistas y directoras costarricenses que están dando forma a la historia del cine nacional en el siglo XXI, Kim no solo retrata paisajes o personajes, sino que parece capturar la esencia viva de esos espacios y relaciones, como si cada rayo de luz que atraviesa sus obras tuviera una historia que contar por sí mismo.
Nos reunimos para conversar sobre su cortometraje más reciente, que participa en la
Competencia Nacional MADE IN COSTA RICA del
Festival shnit San José. Se trata de
Solo la luna comprenderá, una especie de sueño atemporal ambientado en Manzanillo, donde el tiempo parece correr muy despacio, si es que corre en absoluto. A través de la entrevista, Kim comparte un poco sobre su proceso creativo, el origen del cortometraje, el significado del cine para las comunidades, y cómo es preciso hallar un balance entre el reconocimiento global y la libertad para hacer cine desde un lugar más íntimo y auténtico.
Al ser Solo la luna comprenderá
una película tan única, me gustaría saber cómo surgió la idea de este cortometraje. ¿Hubo algún elemento personal o algún punto de interés particular que le llamó la atención a explorar?
Sí, este fue un proyecto que ha tenido muchas evoluciones, pero surgió porque mi papá vive en Manzanillo desde hace más de diez años, y siempre voy a pasar tiempo con él; muchas veces iba alrededor de la época de Navidad, y es una época en que los chiquillos están de vacaciones, bueno, los fines de semana no tanto, porque llega a la playa mucha gente de afuera, pero por lo general ellos salen a caminar y dan vueltas por todo el pueblo, jugando a las escondidas, escuchando música o cantando, vacilando, peléandose, de todo, es un punto de encuentro para niñas y niños, y me encanta que sean los chiquillos quienes se apropian del espacio del pueblo cuando es de noche, porque realmente es un pueblo pequeño, y eso también lo vuelve muy seguro, al final siempre hay algún adulto viendo, algún familiar, o amigo, todo el mundo ahí se conoce. Yo había visto algo de este movimiento, que me parecía muy circular o espiral, y me hizo querer caminar a su lado y hacer algo con ello, y como eran las fechas cercanas a la Navidad y el Año Nuevo, empecé a imaginar un documental muy fiel de esas caminatas, en tiempo real, incluso, en una toma secuencia. Me lo imaginaba en 16 mm, un formato en el que nunca había filmado, pero me pareció que las texturas de la noche podían ser más interesantes en película, así como la luz, ¿verdad? Pensaba en que cada lata de película podría ser una toma secuencia de los niños caminando, y hacer varias versiones, y que al final el corto fuera eso. Así empezó. Pero después comencé a imaginarme… ¿Qué tendría que pasar en Manzanillo para que algo cambie? Porque Manzanillo da esta sensación de que, de alguna manera, está estancado en el tiempo, y un poco de su encanto y belleza viene de ahí, pero también es algo frustrante para la gente que vive ahí. Entonces yo pensé: “Tendría que pasar algo demasiado grande para que estos chiquillos dejen de caminar, e incluso si pasara algo demasiado grande, como el fin del mundo, quizá aun así seguirían caminando”. Y recordé cómo, para el año 2000, el mundo supuestamente iba a acabarse, recuerdo salir a la calle con mis primos y ver el cielo, esperando a que pasara algo, una explosión o algo que le pusiera fin al mundo, y obviamente no pasó, pero fue justo alrededor del 31 de diciembre, y volví a pensar en aquel sentimiento de mi infancia, como de sentir que había llegado el fin del mundo, esa sensación de ver hacia el cielo, en espera, y quise contextualizar en esa idea imaginaria en una mezcla con mi idea de hacer un documental, una especie de “documental de ciencia ficción”, por decirlo de alguna manera, aunque no necesariamente se diría que hicimos una ciencia ficción, pero sin duda hay elementos ficticios. Después de eso, y siguiendo la línea de querer una especie de ciencia ficción, una especie de archivo, de espacio atemporal, también me interesaba la sensación de estructuras abandonadas, tomadas por la naturaleza, que se sienten un poco… apocalípticas, pues Costa Rica está llena de estos espacios, y Manzanillo muchísimo, en general, incluso el barco que vemos encallado en la película, y que pareciera que tiene cien años, en realidad está ahí desde 2018, entonces este ambiente distópico, y también quise jugar con la idea de las líneas de tiempo, ahí fue cuando surgió la idea de que el personaje que narra la historia, que es este adulto mayor llamado Joel Arthurs Campbell, de alguna manera también es el niño que vemos en la película, pero sin entender si Joel nos habla desde el presente, desde el pasado o desde un futuro incierto. Escribí un guión donde la ficción era mucho más controlada, en el cual yo incluso participaba como directora, registrando en cámara esta ficción como si fuera el fin del mundo, pidiendo a los chiquillos el permiso para que me dejaran registrar ese último momento de ellos sobre la Tierra. Literalmente todo eso fue cambiando durante el proceso fluido de la filmación, que fue muy creativo y lleno de aportes, por parte de Pietro el fotógrafo y productor; Mandi, la productora; Nayuribe, la sonidista tenía ideas demasiado lindas sobre el sonido, como que ella escuchaba, no sé, un camión repartidor de frutas, y me decía: “¡Uy! ¡Esto suena como al fin del mundo, escuche!”, y yo escuchaba y me daba cuenta de que sí, entonces ella salía a pescar sonidos, y todas y todos tuvimos un norte, pero en medio también estábamos jugando mucho, incluso Jorge Jaramillo, el gaffer, me decía mientras filmábamos: “Esto me recuerda a
Puerto Limón, un documental sobre Limón en los años setenta”, y me lo puso y al verlo pensé: “¡Wow! ¡Qué chiva este corto!”, o sea, era súper experimental con la edición, con todo, y realmente resonó mucho lo que decía sobre los niños en los años setenta con lo que los niños siguen sintiendo sobre el lugar hoy día sobre la frustración, sobre el racismo sistémico que ha excluido a Limón de diferentes maneras, y todo eso era parte del mundo que estábamos creando. Cada día nos despertábamos sabiendo que íbamos a grabar, pero también que íbamos a explorar, jugar, descubrir cosas en el camino; para mí ha sido lo más libre que he hecho hast ael momento, es decir, la libertad que sentí con este corto no la he vuelto a sentir, porque es difícil hacer cine con ese nivel de libertad, y no es como que andábamos a la deriva, pero llegamos a nuestro norte a través de muchos caminos.
A partir de lo que me ha contado, tiene sentido que en la película, Manzanillo parece ser más que un simple escenario; casi se siente como un personaje en sí mismo, que aporta una sensación de aislamiento y magia. ¿De qué manera influyó el paisaje y la atmósfera de Manzanillo en la forma en que contó la historia y en la evolución del proyecto hasta su forma final?
El cortometraje realmente es sobre Manzanillo, un lugar muy cercano a mi corazón porque es donde vive mi padre, pero no solo eso, sino que como él ha encontrado un hogar ahí, una comunidad donde, a pesar de que hay dramas de vecindad por ser un pueblo chico, también hay personas muy solidarias que llegan a la puerta de quien no tiene y le ofrecen un racimo de bananos, y a mi papá de verdad lo han cuidado tanto que él también ha dado mucho a la comunidad, él pesca y ni siquiera le gusta comer pescado, lo que hace es regalar pescado a todo el mundo, y todo el mundo le regala una langosta, un banano, de todo, y este tipo de dinámica comunitaria es difícil de encontrar en muchos espacios de hoy. Es difícil encontrar un espacio donde los chiquillos puedan jugar libremente en las calles, a altas horas, sintiéndose seguros, y Manzanillo lo es, a pesar de que también puede ser un espacio muy conflictivo, por estar cerca de la frontera, porque hay todo un tema de narcotráfico… O sea, es un lugar en el que pasan muchas cosas, pero hay gran resiliencia, que para mí es demasiado hermosa, y siento que se manifiesta no solo en las personas sino en el espacio en sí, como que da el sentimiento de un lugar muy aislado, olvidado por el gobierno, pero a la vez donde la naturaleza busca por dónde crecer, y creo que ese es el espíritu del lugar. Este corto es un homenaje, una carta de amor a Manzanillo, porque creo que es un lugar demasiado especial, igual que las personas que viven ahí.
Totalmente. El cortometraje me resultó tan cercano y propio de Costa Rica, pero a la vez como de otro mundo y otra época, que fue una experiencia hermosa y evocadora, se nota que fue hecho desde un conocimiento muy profundo del lugar. Lo he visto varias veces solo por lo lindo que es y siempre me hace querer estar allí.
Sí, y eso es algo que mucha gente que lo ha visto me ha dicho: “¡Ay, yo quiero ir a Manzanillo!”. Creo que eso resalta cómo el cine tiene el poder de atraer inversión al país, y eso no significa que este sea un video turístico que trata de capturar la naturaleza para exotizar el país, sino que de verdad, o sea, hay que realmente ir para vivirlo, pero tratamos de capturar la esencia especial de ese lugar. Por eso decidimos grabar en 16 mm. Para mí, el 16 mm tiene algo único que todavía es un misterio, pero como que hay algo de la manera en que registra el material que para mí se parece mucho a como yo recuerdo las cosas. Con el digital, lo que veo en la pantalla a veces se siente distinto de lo que experimenté, pero el 16 mm refleja mejor la experiencia de estar ahí, como la brisa del mar, como que sí hay algo mágico ahí que… No sé, supongo que es como más directo, como la captura de la luz, no sé, la verdad, pero eso ayuda a transmitir la magia del lugar.
Y de alguna manera también es su propia forma de contribuir a la comunidad desde su profesión.
Sí, y es vacilón, porque proyectamos el corto en la casa comunitaria de Manzanillo, que todavía está bajo construcción, y fue una cosa demasiado linda, de verdad que para mí ha sido de los puntos más altos de mi vida. Llegó absolutamente todo el pueblo, llegó gente de Puerto Viejo, había demasiada gente, no sé cuántas personas eran, pero había gente sentada en las sillas, en el piso, en las ventanas, en las calles, yo me asomaba y todo estaba lleno, lleno, lleno, y todo el mundo trajo comida para compartir, las reacciones de los chiquillos fueron demasiado vacilonas, muertos de risa cada vez que salían o se veían, y me impactó mucho ver a don Joel escuchar su voz, todo conmovido y también como entre risas… O sea, yo no había dimensionado lo que significaba mostrar el corto en el lugar donde fue hecho, fueron reacciones muy grandes, y un momento que me impactó fue cuando, al final, en ese travelling que hace la cámara en el que recorre todo el pueblo, ahí se ve una silla de plástico junto a la calle, y cuando salió esa silla de plástico, todo el mundo en Manzanillo hizo: “¡Ah!”, y yo como: “¿Qué?”, porque para mí era solo una silla, y ahí se nota cómo también, a pesar de mi cercanía, no soy del pueblo, porque para mí esa silla no significaba nada más allá de que me pareció interesante dejarla ahí… Pero aparentemente era la silla de alguien que ya no está, que falleció, y actualmente la silla no está más en Manzanillo, no está en ese lugar donde la filmamos, entonces es muy loco para mí ver lo que significan las cosas para la gente del lugar, donde hasta una silla de plástico tiene un significado. Y le dio gran sentido a por qué hago cine, y me hizo entender que es en los espacios comunitarios donde realmente se da la magia; obviamente los festivales de cine también son momentos muy lindos de compartir, pero hay algo mucho más profundo cuando se comparte con la gente de una comunidad que no siempre tiene acceso al cine. Se da un espacio de comunión donde no se trata de ver la película y ya, sino que implica un acto de unidad, conversación, compartir, y en la función en Manzanillo incluso se armó una conversación muy interesante después, porque la gente del pueblo preguntaba a los chiquillos qué les gustaría cambiar del pueblo, y empezaban a pedir todo tipo de cosas, desde que arreglen la plaza hasta que traigan un cajero automático. Pero sí, no sé, para mí este corto ha sido eso: Entender el cine más allá de un circuito cerrado, tal vez hasta elitista, de personas que solo consumen cine porque sí.
¿Cómo manejó la dirección actoral al trabajar con actores sin experiencia profesional, usando ese enfoque de, según entiendo, darles solo una pizca de ficción para que construyeran su propia realidad en el corto? ¿Descubrió algo interesante o sorprendente en ese proceso?
Es interesante. Con don Joel fue más que nada una entrevista para que él me contara su vida, porque él tiene ochenta años y ha vivido en Manzanillo toda su vida, entonces realmente ha visto cómo el lugar ha cambiado completamente. Para mí fue muy importante escuchar sus relatos, y la única dosis de ficción que inserté fue cuando le pedí que me hablara sobre una luna roja que hubiese visto, y cuando me dijo que no había visto ninguna, se la inventó. A partir de su testimonio yo también edité, moví palabras, formé oraciones que no existían, con tal de generar un nuevo relato, una especie de cuento o fábula, y con los chiquillos fue parecido, más bien como tratar de capturar lo cotidiano, su esencia y dinámicas, y el elemento de ficción era la luna roja y el Año Nuevo. Inicialmente el guión era mucho más ficcionado y sí hubiese requerido mayor dirección actoral, pero se volvió más especial tratar de capturar lo que ya eran ellos sin imponerles un relato tan rígido, y más bien solo jugar con el tema de la luna. Más que un trabajo de dirección de actores fue un trabajo de generar un espacio donde podíamos encontrarnos y conocernos más.
Ahora que hablamos sobre la luna, en sus cortometrajes anteriores la luz parece un símbolo muy importante. En este caso la luz de la luna se siente como algo muy poderoso, y quería preguntarle: ¿Qué le atrae de la luz en general como símbolo, como tema y específicamente de la luna en este contexto?
Creo que los tres cortometrajes tienen mucho en común, aunque no lo hice de manera consciente al principio, pero claramente hay una búsqueda que ha ido transformándose entre un corto y otro, y siento que tiene que ver con explorar la infancia, la adolescencia, el paso del tiempo, y esa dualidad entre la melancolía y la ternura. Para mí, lo de la luz ha surgido de forma muy natural. Cuando trabajo en un proyecto, siempre le presto mucha atención a la luz, y esto lo compartía mucho con Mel, la fotógrafa de
Atrapaluz y
Luz Nocturna, nos íbamos a caminar y a pensar en filmar, pero lo que más observábamos era cómo se comportaba la luz, la naturaleza, y cómo nos hacía sentir. La luz siempre ha sido algo central, pero no tanto desde un enfoque teórico, sino más bien como una sensación, una conexión con lo que nos transmite. A veces nos perdíamos horas filmando cómo se movía la luz, cómo una hoja se movía en el árbol, porque de alguna manera esas pequeñas cosas nos transmitían emociones que se parecían mucho a la vida. En este caso, la luna fue todo un proceso. Inicialmente, el corto también trataba la idea del fin del mundo, que era una metáfora del fin de la infancia en Manzanillo. Reflexioné mucho sobre el narcotráfico, porque en Manzanillo es algo que, aunque no afecta a los niños, empieza a filtrarse en la adolescencia y la adultez. En algún punto consideré que tal vez lo que ellos veían en el cielo como solo una luz roja, abstracta, era en realidad la de un helicóptero Black Hawk gringo, y esto es porque en Panamá hay helicópteros, hay bases militares gringas y cuando han pasado cosas ahí en Manzanillo han mandado helicópteros militares con luz infrarroja, o sea, realmente esa imagen del helicóptero me afecta mucho, incluso el sonido. Entonces yo decía: “Tal vez lo que ven en el cielo es esta luz roja y con el sonido de un helicóptero”, o sea, no íbamos a ver un helicóptero, pero íbamos a escuchar una especie de violencia en el aire, pero la idea fue transformándose. Fue Mandi, la productora, quien sugirió en una de las últimas noches de rodaje: “¿Y si es una luna roja?” Y ahí todo cobró sentido. De repente, todo el corto giraba en torno a la luna, que se volvió un símbolo de esa magia y ese “apocalipsis” que está fuera de nuestro control, pero que al mismo tiempo refleja la naturaleza. Este corto ha sido un proceso de descubrimiento continuo, incluso con la entrevista a Joel, las cosas fueron tomando vida propia, y me ha sorprendido ver en lo que se ha convertido, porque muchas cosas no estaban planificadas desde el principio.
Es como si el cortometraje desafiara cualquier intento de explicación, porque a pesar de ser tan sencillo es muy complejo, rico en historia, sentimiento, símbolos, y da para muchísimo; sobre todo ese ejemplo que me contó sobre la relación entre la luna roja y la luz de un helicóptero.
Y ese detalle fue cambiando en el proceso de edición, porque había demasiados temas sobre la mesa, incluyendo el del narcotráfico, y no quería que el cortometraje fuera sobre eso, o sea, no quería que la parte sociopolítica o económica del corto fuera evidente, quería que estuviera entre líneas, sin hacer una denuncia directa al narcotráfico o a la negligencia del gobierno. Igual los niños lo dicen, pero digamos que había partes más explícitas, donde Joel también decía en Limón todos los días hay tiroteos por la violencia y el narcotráfico, pero decidí mantenerlo un poco través de la omisión, como a través de hablar de otras cosas y que eso estuviera ahí como en el fondo. Por ejemplo, el hecho de que Manzanillo para Joel sea como un paraíso, o sea, que él no necesita irse de ahí, tiene que ver también con que afuera el mundo está muy loco, ¿verdad?
¿Hay algún matiz o intención particular detrás de la diferencia entre el título en español, Solo la luna comprenderá
, y el título en inglés, The moon will contain us
, que cambia la carga emocional entre ambos?
Es vacilón, porque los títulos siempre cuestan mucho y a veces aparecen de formas extrañas. Primero apareció el título en inglés a partir de una canción, y en realidad la canción no dice eso, pero me hizo pensar en una luna que contiene, pero contener más en el sentido de abrazar, de sostener, y de una contención emocional, por así decirlo, pero en algún punto aplicamos a festivales franceses, y el chico que nos estaba haciendo la traducción al francés nos dijo: “Es que la palabra contener en francés suena muy agresiva, suena como que la luna está restringiendo”, entonces fue él quien sugirió que una traducción más fiel en francés sería que solo la luna comprenderá. Y nosotros: “¡Wow! ¡Es el mejor título del mundo!”. Pero después, traducir
Solo la luna comprenderá no sonaba muy bien, porque era como
Only the moon will understand. Entonces, al final, quedaron los dos títulos, pero a mí me gusta más
Solo la luna comprenderá, creo que es el que realmente da esa emoción al corto. Pero sí, como te digo, todo ha sido siempre un proceso así, un poco vivo y un poco aleatorio también, y ha sido muy lindo ver esas sorpresas en el camino.
Estoy de acuerdo en que el título en español es más apropiado. Ahora que hablamos sobre lo grande que es el cortometraje y que da tanto de qué hablar, creo que tiene mucho sentido que solo la luna, desde su perspectiva en las alturas, pueda comprender.
A mí me gusta eso, que es un corto que no da muchas explicaciones de cosas, como que tiene demasiados espacios para interpretación y que no tiene tanto sentido sobre analizarlo, o buscar respuestas demasiado grandes. Y es vacilón, porque después de que ya teníamos el título del corto, creo que incluso ya lo habíamos estrenado, leí un texto llamado
Cuerpos entregados, sobre el trabajo de Tsai Ming-Liang, es una publicación de la UNAM, escrita por críticos de cine de México, y uno de los textos es de un señor llamado Juan Mora Catlett, que de hecho fue profesor mío en el CCC. Según él, Tsai Ming-Liang decía que él deseaba hacer cine que fuera como la luna, o sea que lo viéramos como vemos a la luna, que simplemente la vemos, y existe y como que no se está esperando que le demos una explicación a la luna, digamos, y me recordó eso de que, al final sí, un cine que solo la luna va a comprender y que al final no hay que sobre explicarlo o sobre analizarlo de una manera tan racional.
Al haber presentado sus cortometrajes en festivales prestigiosos alrededor del mundo, y posicionarse como una cineasta influyente a pesar de su juventud, ¿Diría que han afectado estos logros su abordaje y evolución como directora?
Ha sido muy loco todo cuanto ha pasado en los últimos años. Por un lado, creo mucho en mi trabajo y en el trabajo de las personas que me acompañan, y sé que los cortos tienen algo que puede resonar en la gente de diferentes países. Pero también sé, por un hecho, que el primer corto de Locarno,
Atrapaluz, literal fue como el último corto que eligieron y con el cual cerraron el grupo. O sea, como que ya tenían todos y de repente fue como: “¡Y este de Costa Rica, porque… nos encanta!”, o lo que sea, pero el punto es que fue el último, lo mismo en Cannes, la forma en que sucedieron las cosas me da la sensación de que también fueron decisiones finales; sé que hay un elemento de mucha suerte, de esas suertes que no son pura coincidencia aleatoria, y que obviamente tiene mucho que ver con el trabajo que hacemos, pero también hay un elemento de suerte, que ha sido muy lindo. Y eso también, este tema da para mucho, porque me ha hecho cuestionarme cosas muy profundas sobre cómo ha ido creciendo el cine de Costa Rica, y a la vez cómo es tan difícil financiar películas, cómo no hay apoyo en nuestro país para hacer cine, pesar de que tenemos una historia de cine muy interesante. Pero sí, dependemos de modelos de financiamiento europeos, en gran parte, y eso también afecta lo que hacemos, a veces cedemos a la mirada europea sobre lo que es Latinoamérica, como que necesitamos esa validación incluso de los festivales, para poder tener una carrera en el cine, y son cosas que para mí no tienen nada que ver con hacer cine, no es lo que a me interesa como cineasta, pero son cosas que he ido aprendiendo en el proceso y que son importantes de reflexionar y de analizar. Al final, siempre vuelvo a esta corazonada de querer hacer cine de la manera más libre posible, sin tener que agradar a los europeos o a nadie. No es que lo haga intencionalmente, pero dependo de ellos para poder realizar mis películas. Me gustaría encontrar formas más independientes y libres de hacer cine y de construir una carrera profesional, sin tener que “vender mi alma”, ya sea a los europeos, los gringos, o las plataformas de
streaming en México. Me he topado con muchas incongruencias que siento que no tienen nada que ver con las películas ni con su esencia. Cada vez tengo más ganas de hacer cosas más arriesgadas, y agradezco todo lo que he aprendido y sé que es importante formar parte del sistema para poder hacer películas, he conocido gente increíble y se me ha abierto un mundo nuevo; pero, al mismo tiempo, creo que es esencial mantener una mirada crítica hacia estos espacios, porque muchas veces a ciertas personas ni siquiera les interesa el cine en sí. Hay que encontrar a esas personas especiales que realmente tienen pasión por el cine y que valoran su esencia, más allá del reconocimiento y los premios.